Panchito Zapallo

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Malhueso es un pueblo rodeado de quintas donde las hortalizas crecen como flores silvestres. Una húmeda alegría brota de su suelo alentando el ánimo de los quinteros. El abuelo Raúl es uno de ellos.

La última primavera, el anciano se levantó decidido a sembrar zapallos. Buscó las semillas del año anterior y se dirigió a la huerta. En el trayecto, sin advertirlo, una semilla inquieta se le escapó de la mano y cayó al pie del molino. Las que llevaba consigo las sembró en el surco largo. Luego de regar, regresó a la cocina a tomar mate con mi abuela.

A los pocos días nació una graciosa planta de zapallo alegrando con sus brotes los hierros del molino.

El abuelo lo descubrió porque las flores tenían pequitas de colores y sonrisas jubilosas.

De esa flor nació un fruto picarón: se llamaba Panchito Zapallo.

Era redondo y regordete, de color naranja con pequitas marrones y dos rulitos saltones. Miraba contento a su alrededor y suspiraba al ver las nubes pasar lentas como plumones de algodón impulsados por el señor viento.

Un día, Trebizonda, la temible bruja de Malhueso, lo escuchó decir: ¡Cómo me gustaría volar alto como los pajaritos!

Trebizonda bajó del hueco que le servía de morada, en lo alto del grueso eucalipto, y se acercó a Panchito:

Imposible que tú puedas volar, zapallito; no tienes alas, además naciste con raíces.

Quisiera jugar con las burbujas del aire y subirme a la brisa.

¡Pretencioso!… Hum… Veré cómo puedo ayudarte —dijo la bruja, y regresó a su hueco a pensar.

Al otro día:

¡Zapallito, zapallito!, te daré la fórmula para que puedas volar.

¡Gracias Trebizonda! ¡Qué buena eres!

¡Jo, jo, jo! —Emitió este eco con malicia—. Espero que no cambies de idea. Te prestaré mis alas fantásticas y cuando pases junto al barrilete de Pipo subirás por el hilo.

Y así ocurrió: Panchito Zapallo pudo cumplir su deseo. Desde la altura veía a los niños jugar en el patio de la escuela. Acarició mariposas y bailó con los pajaritos.

¡Qué feliz estaba!

Aburrida de esperar el regreso de Panchito, la bruja decidió hacer una fechoría: al alcanzar el barrilete su máxima altura, la malvada profirió una tremenda carcajada y vociferó: ¡Urla caturla, que las fantásticas alas que te presté se disuelvan como rocío al sol!

El barrilete, el hilo y Panchito se vinieron a pique en un santiamén.

¡Ay… ay… ay… ! ¡Qué mieeeeedo! —gritó espantado el zapallito en tanto caía enredado en el hilo volador.

Pero antes de que se estrellara contra el piso, la bruja montó su escoba y lo fue a rescatar.

¡Jo, jo, jo! ¡Jo, jo, jo! —Reía la malvada ante la cara de terror de Panchito—. Te dejaré en tu molino que es el lugar al que perteneces y ¡basta de soñar tonterías, zapallón!

Pasados el susto y unos días, Panchito quiso nadar en el tanque y otra vez Trebizonda, elucubrando una nueva maldad, lo llevó hasta allí.

¡Jo, jo, jo!, veré cómo se ahoga el inquieto.

El agua estaba fresca y limpia… La bruja no logró hacer ninguna bribonada porque el zapallo era un gran nadador y como poseía un corazón grande y generoso, invitó a la bruja:

¿Quieres nadar conmigo?

¡Noooo, imposible, zapallón, ton-ton!… Si se mojan mis poderes estaré perdida —respondió, pero en realidad era que le tenía miedo al agua. Entonces apuró—: vamos, revoltoso, es hora de regresar a casa.

¿Prometes traerme otro día? —preguntó el jovencito.

¡Ajá! Lo haré… si sacas buenas notas en la escuela.

En el camino de regreso Panchito Zapallo recomendó:

Debes aprender a nadar Trebizonda. ¡Es bueno para la salud! Y quién te dice, acaso podrías adquirir nuevos poderes. ¡El agua es mágica!

La bruja permaneció pensativa: ¿Y si este mocoso tuviera razón? Al fin y al cabo un chapuzón no me vendría tan mal, hace tanto tiempo que no me baño, podría ponerme perfume al salir del estanque y acaso volverme buena. Limpita, perfumada y buena podría conseguir novio. Esta idea la tentó. A la mañana siguiente fue a buscar a Panchito Zapallo. Quería aprender a nadar.

Vamos amiga, no tengas miedo —la animó Panchito.

El abuelo Raúl, a quien no se le habían pasado por alto las aventuras de su “semillita perdida”, comprobó complacido que Trebizonda, guiada por el zapallito, aprendía a nadar. Ocupada practicando y perfumándose, Trebizonda dejó atrás las malas intenciones y se dedicó a buscar un brujito al cual conquistar.

A partir de entonces los malhuesenses pueden vivir tranquilos.

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Acerca de la autora:

Marta Elena Cardoso Nació en General Pico, La Pampa, el  03 de Agosto de 1953. Escribe relatos y cuentos, dedicando gran parte de su obra  a la literatura infantil. Participó en distintos concursos literarios obteniendo premios y menciones. Varias de sus obras han sido publicadas en antologías. Algunos de sus títulos son: Un pandita Glotón; Un Conejo Distraído, Alas Doradas, Juan Batata y El Dragón Chunchún. entre otros.

La ilustradora

Alejandra Romero, de Buenos Aires, Argentina. Estudió en la Escuela de Bellas Artes Lola Mora y en Artes Visuales en el I.U.N.A. Desde entonces lleva adelante una variedad de interesantes proyectos como realización de cuadros, murales, puesta en marcha de vidrieras, talleres de arte y visitas guiadas orientadas a niños en diferentes galerías.  Actualmente se encuentra avocada a la ilustración editorial y al dictado de talleres para aquellos que sienten desde pequeños el llamado del arte.

 

 

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