Las manos del abuelo

banco

Elena todos los domingos espera la visita de su abuelo Ramón.

-¡Elena, mirá quien vino!-, le grita su mamá desde el jardín.

-¿Quién?, pregunta (pero no aguanta y sola se contesta): -¡El abuelo Ramón!

Aunque Elena es muy curiosa y siempre lo mira de arriba a abajo,  hay algo que le llama mucho, pero mucho la atención: sus manos que son grandes. Tan grandes y
huesudas que cuando le hace una caricia, a ella le parece que son dos. Además, Ramón tiene dientes postizos, tres pelos en la cabeza y un montón de arrugas

Ramón la recibe con las manos detrás de la cintura y Elena le abre los puños a la fuerza.

– Hoy los tengo en el bolsillo, le dice, sacando del pantalón la bolsa de caramelos.

– Abu, ¿me leés un cuento?

– ¿Qué cuento?

– Ese que me regalaste, el del burro peludo y suave.

– Platero…

-Sí, Platero.

 

Aunque lo intenta, Ramón no puede decirle que no a su nieta, porque la lengua se le frunce empacada, entonces caminan hacia la plaza de la esquina:

-¡Ese banco!, se apresura a elegir Elena.

-Bueno, ¿dónde habíamos quedado la última vez?

– En la parte del aljibe, contesta, mientras se acomoda.

– “Míralo, está lleno de las últimas lluvias, Platero… Tú no has bajado nunca al aljibe… Yo sí, bajé cuando lo vaciaron hace años…”

Elena lo mira leer y se concentra en sus movimientos, en su boca que parece de goma, en sus cejas que se arquean y también en el sonido de su voz que le hace imaginar el aljibe y el agua fresca delante de Platero. Pero al ratito ya piensa en otra cosa: “es viejo mi abuelo, ¿habrá sido chico como yo alguna vez? y su pelo blanco, ¿habrá sido negro y mucho? Qué manos grandes que tiene”.

Ramón sigue leyendo, aunque sabe que Elena está en la estratósfera. En eso, vuela un pelotazo desde la canchita. Ramón interrumpe la lectura y presumiendo de su pasado de jugador devuelve el fútbol de taquito.

– Bueno Elena, me parece que estás en cualquier cosa, mejor nos volvemos. Ella refunfuña, pero sabe que el abuelo ya está cansado.

Hacia el oeste el sol se afloja, como colgado de un hilito que ya se corta.

-¿Qué tienen mis manos que las mirabas tanto?

– No, nada (se pone colorada).

Ramón sonríe y le revuelve el pelo. Ella suelta una carcajada y piensa en lo grandes y tibias que se sienten las manos de su abuelo.

 

(Daniela Frontera.)

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