El árbol sin sombra llegó a la Plaza porque un florista viajero lo trajo un día. Era tan pequeño que nadie se daba cuenta de su problema, hasta que empezó a crecer, y su copa se agrandó como bizcochuelo en horno de abuela, casi de la noche a la mañana.
Cuando llegaba el otoño, él parecía sufrir: sus hojas eran tan fInitas que el pobre castaño siempre quedaba pelado antes de tiempo y con sus ramas abrazadas al tronco.
Durante el invierno era puro esqueleto, su copa parecía una araña patas para arriba, y las nevadas barrían la tierra de sus pies, dejando sus raíces desnudas, como dedos incrustados en el suelo.
Con la primavera él enverdecía y su maraña de brazos flacos y torcidos se hacía más fuerte. Pero a pesar de eso se sentía solo; los niños y las palomas buscaban en él la sombra que no encontraban y se marchaban.
En verano el calor se le hacía insoportable: su copa sin sombra dejaba al descubierto su cuerpito y su piel de corteza ardía hasta resecarse. En la plaza podían verse las sombras de los demás árboles: pinos, álamos y sauces tendían sus trajes negros sobre el cesped y los niños se amontonaban allí para jugar. En cambio el pobre castaño ¿qué podía ofrecer?… no tenía sombra ni para sí mismo.
Un mediodía, Gaspar volvía de la escuela y al cruzar la plaza escuchó una voz:
–Tengo fiebre- dijo el árbol- estoy insolado y solo… ¿podrías regarme?
Gaspar lo miró embobado, después corrió a su casa y llenó un balde con agua. Al regresar, el árbol insistió:
-Lava mis raíces calientes, tengo mucha sed.
Fascinado, el niño lo regó y se sentó bajo su copa soleada. El árbol continuó:
–Yo tuve una sombra, pero la dejé en el pueblo de donde vengo. bueno, en verdad ella quiso quedarse… Cuando nací, un leñador se apiadó de mí: me vio tan indefenso que en vez de matarme para su leña, me arrancó de raíz y me vendió a un florista viajero. Al tiempo, me llevaron en barco a cruzar el océano, con mis raíces en una maceta de bolsa y tierra mojada.
-¿Y qué pasó con tu sombra? –le preguntó Gaspar.
-No lo sé –se entristeció el árbol- dijo que no podía acompañare y me dijo adiós… en la cuesta donde nos conocimos. Así, el florista me ofrecía en caminos y aldeas, pero las personas rápido se daban cuenta de mi problema y se enojaban: “¡Este árbol no da sombra!”… “¡Devuélvame el dinero!”… “¡¿Para qué quiero un árbol sin sombra?!” Hasta de prueba me quedé en escuelas, jardines y viveros; pero siempre, siempre volvía a las manos del florista. Una tarde él se cansó de mí y acá me dejó.
Después de escucharlo, Gaspar corrió a contarles la historia a los demás árboles de la plaza, y ellos, al oírla, se conmovieron. Fue entonces que decidieron ayudar al árbol prestándole sus propias sombras. Primero el pino, después el sauce y también el álamo que, aunque finito y largo, también ayudó con su sombra.
Ahora en los días tibios, acampan a sus pies los niños de la cuadra y en sus ramas duermen la siesta gorriones y palomitas. Con el favor de sus nuevos amigos, el castaño pudo ser también un árbol feliz.
(Daniela Frontera).
Imagen: http://www.freepik.es/vector-gratis/arbol-primaveral_778346.htm
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